viernes, octubre 13, 2017

Cuando la política se convierte en un partido de fútbol

No voy a hablar hoy del Barça, ya opiné en su día sobre el futuro del club que decía ser más que simplemente eso.

Hoy seguimos con el otro partido en el que se ha convertido el lamentable espectáculo del procés.

Yo tengo muy claro que la declaración que hizo el no tan Honorable Pesidén, pretendía ser una declaración de independencia aunque no pasase por la votación del parlament que su propia ley (suspendida) reclamaba del mismo modo que tampoco se votó su suspensión.

Pero la ambigüedad de la declaración fue lo más parecido a un gol fantasma, uno de esos que no se sabe si ha entrado o no, y quizás por eso reclama mediación.

Lo curioso es que en realidad se trata de un gol en propia puerta y Putschdemont sí sabe si lo ha metido o no y eso es precisamente lo que le está preguntando Rajoy.

Putchdemont haría las veces de director de aquel equipo de fútbol que decide perder un partido para poder jugar contra un rival más fácil en la siguiente fase. Algo que se reprocha a cualquier equipo que pretenda jugar para ganar pero que siempre tendrá hoolingans que le apoyen lo haga como lo haga.

Pues este es el problema que ahora mismo tenemos de fondo, la misma jugada, el mismo movimiento, se ve con los ojos con los que se mira un partido de fútbol, los hooligans de cada equipo ven jugadas diferentes y lo que para unos es un piscinazo, para otros es un penalti con tarjeta roja directa.

De momento, los de la CUP ya le han dicho lo que debe contestar,  resulta curioso que le señalen que Cataluña no tiene poderes económicos que les respalden, que la UE no está con ellos, que los heridos del 9N ahora son más de 900... yo creo que empiezan a contar como heridos a los que no pueden dormir por las caceroladas, que no tienen el soporte de los mercados ni poseen ninguna riqueza y que lo hacen en nombre de los 2 millones de papeletas que unos cuantos menos catalanes depositaron en las urnas ilegales. Ja no sou sis milions?

Y con eso... pretenden convencerle de que vale la pena que él vaya a la cárcel.

Pero esto ya no es nacionalismo, como he dicho, es hooliganismo, que se soporta también en banderas, es igualmente irracional, pero el hooligan no espera que ningún acto le afecte en su vida cotidiana más que en su mente enfermiza. En el fondo espera seguir trabajando, ir de vacaciones  y seguir comprando la misma cerveza para ver la misma televisión viendo jugar a su equipo contra los mismos de siempre.

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