martes, noviembre 01, 2016

Por un puñado de golosinas.

A sus 10 años,  aquel era el cuarto año que Alex pedía permiso a su padre para disfrazarse en Halloween y salir a pedir caramelos. Sabía la respuesta de antemano, que antes muerto que dejarse arrastrar por aquella costumbre extranjera ausente de principios, que aquella aberración comercial  insultaba la tradición cristiana de todos los santos y así hasta agotar el sermón anual de valores católicos que siempre había regido en aquel hogar, ciudad y país. Era un mero trámite que debía soportar pues a las seis pasarían los demás chicos de la urbanización y él volvería a salir en uno de los pocos días del año en los que dejaban atrás la protección del vallado que daba la vuelta al jardín de la comunidad para salir a la calle, eso sí, en grupo y bajo la mirada atenta de unos pocos padres. Salía sin disfraz, pero siempre había una madre previsora que había comprado una máscara en los chinos y todos juntos pasaban de puerta en puerta entrando en tropel sin preocuparse mucho por el truco o trato.

La casa favorita en la que pedir caramelos no pertenecía a ninguna urbanización, según las madres que les acompañaban los nuevos inquilinos empezaron a decorar para Halloween cuando la ocuparon hace unos cuatro años, entonces solo eran unos pocos los que decoraban las casas y menos aún los que daban caramelos pues en la casas no había quien los entregase ya que solían salir con sus hijos a pedirlos.  Era tal el escenario de mansión del terror con el que se decoraba aquel jardín de entrada que había creado escuela y en tan solo cuatro años se había multiplicado el número de casas que se decoraban y ahora era rara aquella en la que no se dieran caramelos al amparo de calabazas y luces tenebrosas.

Alex se había quedado ligeramente atrás antes de llegar a aquella mansión y su grupo ya salía cuando el llegó a la entrada de la casa. Para evitar que le tildasen de cobarde  llamó al timbre en solitario aunque  la verja exterior estaba ya abierta. Una vez dentro volvió a ver los esqueletos, las tumbas, las arañas de plástico con sus telas y aquella figura tenebrosa que dejaba vislumbrar una calavera tras un habito de monje, él sabía que aquella cara estaba pintada pero oculta tras aquella capucha parecía demasiado real, muy real y comprendió porqué había tantos niños que no se atrevían a entrar a pedir caramelos.

- ¡Es todo mentira! – gritó amenazante – mi padre me ha dicho que es un invento de los americanos para sacar dinero, que es una tradición absurda y que va en contra de los valores cristianos de toda la vida.

- Ya... - fue lo primero que acertó a contestar la Muerte. Alex se sobresaltó, y estuvo a punto de salir corriendo, pero no había logrado su botín azucarado por lo que aguantó el tipo. - ¿Que tienes... nueve, diez años quizás?, y llevas casi media vida pasando por esta casa a pedir caramelos. ¿no te parece ya una tradición?.

Alex pensó que en realidad no sabía muy bien lo que era una tradición así que no contestó y entonces la Muerte continuó  hablando.

- Las tradiciones se convierten en tales cuando nadie recuerda como empezaron, pero todas ellas tuvieron un principio que por lo general choca con la tradición que existiera antes de que llegasen. Cuando en el siglo IX un Papa estableció el día de todos los santos, las personas que vivía en este mismo lugar eran musulmanes y tenían otras tradiciones, aquella tardó algún que otro siglo más en convertirse en tradición. Buena, mala... no se, pero antes expulsaron a todos lo que estaban y quemaron a más de uno de los que se quedaron. En todo caso la tradición de todos los santos era importada, venía de fuera y no daban caramelos. ¿Mañana te toca ir al cementerio, no?, y llevareis flores procedentes de algún país en el que se mueren de hambre porque entre otras razones, cultivan flores que no se pueden comer. Esas mismas que tu madre habrá comprado para dejar que se marchiten delante de una tumba que alguien habrá pagado y seguirá pagando como si de un hotel se tratase. Eso sí que es un negocio rentable... y no el de los caramelos, salvo que se consideres que dentistas y dietistas se lucren por los efectos de las golosinas. La bondad o maldad de una tradición, no lo define lo antigua que esta sea, la esclavitud es una tradición que perdura en muchos lugares y tiene tanta antigüedad como la especie humana, los que se lucran de ella la consideran positiva para sus intereses y durante mucho tiempo hubo mucha gente que la veía positivamente porque gracias a sus esclavos podía vivir sin trabajar, cosa que por cierto se sigue haciendo aunque ahora se camufle de salario mínimo interprofesional. La tradición que subyace detrás del día de todos los santos, ha servido de escusa para matar a mucha más gente de la que puedas llegar a imaginar. En Halloween los muertos son todos de mentiras, además aprendes a enfrentarte a tus temores, cruzas una puerta tenebrosa y aprendes a descubrir la falsedad que se puede esconder detrás de una apariencia recibiendo un caramelo a tu osadía.

Alex no supo que decir, la Muerte había levantado su brazo amenazadoramente hacia él y estuvo tentado de salir corriendo hasta que vio que en su mano había un puñado de golosinas con forma de dedos sangrientos. Las cogió apresuradamente y sin dar las gracias  salió corriendo a la calle.

Allí, el resto del grupo le esperaba antes de entrar en la siguiente casa, y uno de sus amigos le comentó con curiosidad – Has estado un rato hablando, ¿te ha contado alguna historia de miedo? -

Alex miró a su amigo – Si, terrorífica. - y le enseñó las golosinas que había conseguido.

- ¡Uauu! ¡¡Que pasada!!